domingo, 1 de mayo de 2011

GRACIAS, JUAN PABLO II.

Permítanme el día de hoy, cambiar la temática de este blog, para compartir con ustedes lo que recuerdo de Juan Pablo II.

Era 1985 y faltaban pocos días para que Su Santidad llegara a Ecuador, así que con un grupo de compañeros de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Guayaquil, redactamos una carta y se la entregamos a Monseñor Francisco Larrea Egüez, para que se la hiciera llegar.

Admito, por cierto, que me desilusioné al escuchar a Monseñor Larrea decirnos que el Papa no tendría tiempo para leer nuestra carta, pues en su visita a Ecuador, pues tenía muchas cosas que hacer; pero bueno, al menos habíamos entregado la carta.

Llegó el gran día y como mucha gente, sobre todo jóvenes, una gran delegación de nuestra Universidad acudió a lo que entonces era una gran explanada frente a la Iglesia de la Alborada, desde muy temprano, a la espera del Papa, que llegaría en la tarde.

La espera se mitigó con cánticos y oraciones. Ya casi era la hora, cuando recuerdo que me puse muy nervioso; en ese entonces, un síntoma de mi nerviosismo era que me sobrevinieran arcadas repetidas (que por suerte no llegaban a más), pero, mis compañeros pensaban que algo grave me pasaba y llamaron a la Cruz Roja, que tenía un campamento cerca de Mi Comisariato. Algún compañero de hecho, bromeó luego diciendo que me había desmayado (si es así, he de ser en ese caso el primer desmayado que llega por su propio pie a la carpa de la Cruz Roja, varios metros por delante de los socorristas).

Obviamente, cuando me revisaron, constataron en efecto, que solo eran los nervios por el cansancio y salí de regreso en seguida. Justo en ese momento, pasaba ya el Papamóvil y el orden que existía hasta ese momento, se rompió, pues la gente corrió hacia delante, para estar lo más cerca. Comprenderán que en esas circunstancias, me fue imposible regresar a donde había estado con mis compañeros, así que, algo decepcionado, opté por quedarme atrás y allí escuchar a Juan Pablo II, aunque fuera a la distancia.

Al día siguiente, sin embargo, mientras veía por TV la homilía que daba el Papa en Los Samanes, fue grande mi sorpresa el escuchar en su discurso... ¡una mención a la carta que le habíamos enviado! Luego, pude constatar que aparentemente la carta la había recibido unos minutos antes de la homilía y había incluido el comentario en ese momento, pues al buscar al otro día en los diarios ese discurso... ¡no había ni la más mínima reseña a esa frase! Ustedes comprenderán que no cabía de la emoción de que Juan Pablo II hubiera recibido nuestra carta y nos enviase su saludo; pero, a la vez triste por no poder guardar un recuerdo de ese hecho.

Cuando nos enteramos de la hora y recorrido de la caravana que llevaría al Papa al aeropuerto, decidimos ir caminando hasta la Avenida de las Américas con mi padre y mi hermano menos y nos ubicamos cerca de la intersección de dicha Avenida con la Plaza Dañín. Al ver acercarse la caravana, noté que Juan Pablo II mantenía su mirada fija hacia el frente y cada tanto se volteaba para saludar y bendecir a la gente apostada a los costados de la vía.

Sin embargo, la última vez que se había volteado había sido al menos a una cuadra de donde estábamos. Cada vez estaba más cerca y en el momento en que estaba justo delante de nosotros se volteó... ¡y nos bendijo! Recuerdo que lo que pensé fue que él me decía, “sé por lo que pasaste el otro día, cuando no pudiste verme” y salí corriendo detrás de la caravana hacia el aeropuerto, donde esperé hasta que su avión partió, mientras mi padre y mi hermano se regresaban a casa.

He querido compartir este recuerdo con ustedes, porque siempre he dicho que Dios obra de muchas maneras y en este caso lo hizo por intermedio de Juan Pablo II. ¿Y porqué lo reitero? Porque desde entonces, mi padre, que actualmente cuenta con 85 años (este año cumple 86), ha pasado desde entonces: por una severa meningitis; su segunda operación a corazón abierto; la puesta de un marcapasos; la muerte de mi madre; una caída que fue casi mortal y que lo mantuvo hospitalizado durante 45 días, la mayor parte del tiempo en terapia intensiva y de la que se recuperó, cuando ya más de uno lo daba por muerto y enterrado; y, recientemente, por una mielodisplasia, que es una especie de cáncer a la sangre, que estaba consumiendo sus plaquetas. ¡Y todos los días nos reitera que él llegará a los 100 años!

Hace poco, con motivo de todas la noticias que han salido por la beatificación de Juan Pablo II, recordé este hecho y se lo dije a mi padre “Miguelito, ¿recuerda que ese día usted fue bendecido por Juan Pablo II?”, a lo que me contestó que sí, que se acordaba.

Por eso, qué más puedo decir que... ¡GRACIAS, JUAN PABLO II!

Alfredo García Baquerizo

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